Los niños del muelle

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Conduzco con el coche sin rumbo fijo. No quiero pensar en el despido, el alquiler, los estudios. Curva cerrada a la izquierda, reducir marcha, fuera embrague, acelerar. Acciones mecánicas que generan movimientos. Me gustaría huir de mi misma, de mi vida, cerrar los ojos y desaparecer. Recta: acelerar y subir marcha. Pero mi vida está atada a este lugar y a las personas que en él viven. Plof. La carretera está llena de gravilla, siento el run run de cada piedrecita pequeña. Plof, plof, plof. ¿Qué es eso que suena? Hueco, ruido hueco y seco. Sigo conduciendo hasta divisar en medio de la carretera un grupo de obreros. Uno de ellos, con el brazo en alto, agarra una señal de STOP. Me paro.

– Chica, vas con una rueda pinchada.
Me retumban las palabras un poco antes de descodificar el mensaje. Me pregunto por qué nací mujer. No, me pregunto por qué me criaron como tal. Por qué se fregar el piso, limpiar el polvo, maquillarme, pero no cómo se cambia una rueda. No lo sé y me bloqueo, y me bajo temblando y ellos me miran con ojos desdeñosos mientras me preguntan si necesito ayuda. No respondo, nos dirigimos al maletero todos juntos. Juntos con ojos desdeñosos que me miran, me miran, me miran.
Acciones mecánicas, brazos y cacharros que generan movimiento. Tornillo, tornillo, tornillo, tornillo. Gira la llave. El gato sube el coche unos centímetros. Rueda sale, rueda entra. Tornillo, tornillo, tornillo, tornillo. Gracias. De nada. No se olvide de cambiar la rueda, con esta le pueden multar. Sí, gracias. Y vuelta a conducir.
Sigo temblando y me cuesta coger velocidad. No me gusta sentirme vulnerable. Las mujeres son vulnerables y necesitan hombres fuertes que cambien las ruedas de su coches. Yo no soy mujer ni hombre, soy yo misma. Voy a cambiar mi propia rueda. El muelle se ve allá a los lejos. Quisiera coger un barco y largarme de este mundo de absurdos donde soy siempre quien no quiero, donde mis ruedas no las cambian mis manos. Y por un momento grito en alto:
– ¡Carajo, me largo de aquí!
Conduzco y acelero, aprieto fuerte el embrague, meto cuarta. En el muelle juegan los niños hijos de marineros. Juegan y la pelota gira de aquí para allá y los niños corren detrás. Gritan y ríen con sus caras ennegrecidas sin saber que todo lo que a su alrededor gira como la pelota que patalean es una construcción falsa y desigual. Y su inocencia transpira paz. De la misma manera en que decidí conducir y coger un barco a un mundo inventado, decido parar el coche. Como si una serie de decisiones absurdas fuera a cambiar mi realidad. Me siento en un banco cercano mirando a los niños y el océano alternativamente. Esos niños con el mar en sus miradas. Juegan y yo les observo sin saber qué paso seguir. No voy a marcharme, eso ya lo sé. Tampoco quiero volver a mi mundo, mi vida. Ni conducir más. Me paso horas en el banco. Muchos de los niños han vuelto a sus casas. Solo quedan algunos sentados en el muelle mientras descansan. Esos niños mirando al infinito, sudorosos y cansados, satisfechos de su día. Testigos de los secretos del puerto, de mi llegada y de mi partida.

Vuelvo a mi casa. Conduzco con las mismas acciones mecánicas de siempre. Acelerar, embragar, cambiar de marchas, frenar. No tardo en llegar. Confundida y cansada, pienso en la rueda, en mi rueda. Nunca dejaré que nadie más me cambie la rueda. Voy al baño, me lavo la cara y me miro en el espejo, pero no veo mi reflejo. Soy una masa amorfa, sin rostro, con pelos aquí y allá. Me esfuerzo en mirar más allá del cristal, me esfuerzo en encontrarme en medio de este caos de ruedas y niños y barcos y muelles. La frustración del espejo que no sabe cómo reflejar se une con la mía, que ya no sabe mirar. Enfoca, enfoca, enfoca. Repito una y otra vez esa palabra, como si pudiera obligar a mis ojos. La rueda y el barco y el muelle, y yo sacándome el tacón para romper mi propio espejo. Y romperlo y ver caer los cachos de cristal de mil formas diferentes, cada uno de ellos con el mismo fotograma: niños con el mar en la mirada viendo zarpar el barco en el que nunca me embarqué.

Texto: Cristina Jerez Jiménez

Fotografía: Marcos Cexs

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